jueves, 8 de noviembre de 2012

La canción de la bala



Por  Luis Tejada*


La civilización va a desaparecer víctima de una pequeña máquina hija de la civilización: el revólver.
El revólver, catapulta de bolsillo, que lanza la bala leve, ágil y perforante. La bala es la polilla de la humanidad; como microbio tenaz roe y pudre las entrañas de los hombres y convierte en polvo la carne.
Gusanillo de hierro, devorador de cadáveres vivos, hermano de los gusanos de las tumbas; ejecutor de justicias, mensajero de rencores, caballero alado de la muerte.
¿Qué pensará el buen obrero de ojos sencillos, que habita probablemente en la casita blanca de arrabal y tiene tres niños retozones y una mujer alegre y sonrosada; qué pensará el buen obrero al forjar las balas en su taller? No sabrá, sin duda, que esa, tan esbelta y pulida, impulsada por la mano ilusa del ácrata, irá a taladrar la frente de un rey; ni que esa otra, vibrante y fría, desgarrará el seno trémulo de la mujer que engañó, ni que aquella otra servirá un día al conspirador monárquico para apagar la luz libertadora en el cerebro del reformador.
Y no sabrá tampoco el buen obrero que unas y otras, las justas y las injustas, las que llevan un mensaje de odio o las que van a realizar una sublime idea, las que vengan al amante, las que suprimen al espía; las que hielan al pensador, las que atravesaron a Jaurés, sacrificado en aras de un restringido ideal patriótico y las que intentaron matar a Clemenceau, guiadas por un amplio ideal humanitario, las que derribaron a Canalejas porque era un grande hombre, y las que derribaron a Dato porque no lo era, las que eliminan a la princesa inocente, y al sátrapa oprobioso, todas van a colaborar en la oscura obra de la transformación del mundo como los ciegos gusanos de las tumbas que preparan la materia para un nuevo florecimiento.
¡Una racha admirable y misteriosa de locura cruza la tierra; en Londres gélido y en Berlín burgués, la bala, alegre y musical, canta en los oídos la canción de la muerte fecunda! Estamos amigos míos, en la era de la bala; descubrámonos ante nuestra señora la Pistola, virgen de siete ojos y larga nariz, virgen vendada e iluminada, que trae en su seno la libertad de los pueblos que está arrasando todas las tiranías, las aristocráticas y las democráticas, las de la sangre y las de la ambición; que está preparando el advenimiento del único reinado humano y justo: el del hombre simple, del buen hombre, del hombre.

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* Luis Tejada Cano apenas vivió 26 años (1898-1924), sin que esto fuese un obstáculo para hacer de su obra una de las más importantes de la literatura nacional. Preñadas con un estilo vivo, mordaz y terriblemente divertido, solamente comparable a las Especulaciones de Alfred  Jarry, las crónicas de Tejada retratan con extrema exactitud el crecimiento de la ciudad, así como el de las angustias y soledades que la fueron poblando. Nacido en el seno de la tradición liberal, recorrería un buen trecho del país en busca de ventura y nombre, terminaría curtiendo su escritura en tal medida sobria y en la que una poética oculta termina por cautivar al lector. Tejada, sin duda, era el poeta de los cronistas, dotando cada página escrita de una fuerza indeterminada que terminaría por imponerla —a pesar de lo que la etimología de crónica pueda llevarnos a pensar— en el tiempo, constituyendo un retrato del hombre, atemporal, imperecedero.

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